TEXTO GANADOR DEL IV CERTAMEN DE RELATO CORTO Y POESIA "FERMOSELLE EN BUSCA DEL AMANECER" 2023 (ZAMORA)
LA RESISTENCIA
En
las tardes estivales de Sayago, cuando el Sol ha alcanzado su punto álgido y
poco a poco comienza a descender, cuando el silencio impera y es únicamente
roto por el ladrido lejano de algún perro o el mugido de una vaca, cuando huele
a paja seca y las moscas zumban nerviosas de un lado a otro; el trillo de
Isidora gira lenta pero incesante alrededor de la parva como lo hacen las
agujas del reloj sobre su eje.
Los
minutos se hacen largos; las vueltas a la parva también. Monotonía que es
únicamente interrumpida por la llamada de la naturaleza cuando el burro
sayagués de pelo pardo levanta la cola como aviso previo a lo que va a suceder;
entonces hay que coger de forma rauda la lata de escabeche que hace de
improvisada letrina y salvaguardar la limpieza del cereal.
Concluida
la parada técnica, el animal arranca con un vigoroso impulso que repercute
sobre el cuello de Isidora, como si fuera a emprender veloz huida hacia la sombra
más cercana, pero es sólo una ilusión. En cuanto el trillo está en movimiento
recupera su cansado deslizar sobre la paja igual que un barco mecido por las
olas.
Cuando
haya que añadir más paja con la tornadera aprovechará para vaciar la lata. En
ese momento se da cuenta que es el mismo tipo de envase que usa como molde para
elaborar el queso con la leche de sus ovejas, que tanto gusta a sus nietos. Al
acordarse de ellos se estremece.
Barcelona
está muy lejos y sólo vienen en vacaciones, todavía tiene que esperar una
semana para que la vieja casa se vuelva a llenar de risas, de peleas, de calor
y de vida.
Desde
que falleció Miguel, vive con resignación la soledad; esa resignación sayaguesa
de los que han conocido la necesidad, la misma que tuvieron sus mayores cuando,
tras la guerra, las despensas se quedaron vacías, igual que algunas sillas del
comedor por los que nunca regresaron.
Pero
la vida sigue girando, girando como el trillo sobre la parva.
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En
ese instante y a escasa distancia, Pilar está regando la huerta.
Con
un fuerte golpe de muñeca sobre el extremo de la soga hace girar lo suficiente
la herrada metálica, sujeta al otro extremo, para que comience a entrar agua.
Una vez se ha llenado hasta la mitad, empieza a tirar para arriba fijando
alternamente sus encallecidas manos en cada tramo de cuerda ganado a la oscuridad
del pozo.
Cuando
el cubo metálico alcanza la superficie, los rayos del Sol se reflejan sobre la
frente de Pilar, por la que una gota de sudor mana tímidamente como lo hace el
agua del manantial; gota que va dejando una estela brillante sobre cada una de
las arrugas que surcan su frente.
La
zona de las huertas es más fresca al estar próxima a la ribera, la cual, en un
ejercicio de empatía con su comarca, luce cada vez más seca y carente de vida.
Los
chopos que la escoltan en su recorrido crecen altos y frondosos cubriéndola de
una sombra fresca. Si te acercas a la orilla se percibe un ligero aroma a agua
estancada y lodo.
Las
ranas que cantan alegres a un Sol que les calienta la piel, en cuanto notan la
proximidad del extraño comienzan a saltar al agua de forma organizada, de las
más cercanas a las más distantes, como si iniciaran una coreografía de natación
sincronizada.
Un
poco más abajo están los restos del viejo molino, reducidos a unas cuantas
lanchas de granito cubiertas por musgo, y el hueco que en su día albergó la
piedra para moler el grano que ahora Isidora se afana en separar.
Mientras
Pilar vierte el último cubo de agua sobre el surco de las tomateras y aspira
con gusto el aroma de las plantas en combinación con la tierra mojada, recuerda
divertida la última vez que su hijo Marcos la había acompañado a regar. A sus
doce años es todo un muchachote y le saca la cabeza, pero fue incapaz de
voltear lo suficiente el cubo para que se llenara de agua. Lo intentó una
infinidad de veces, cada vez más colorado, fruto del cansancio y del enojo.
—Cariño, es cuestión de maña, no de fuerza—
intentó consolarle Pilar.
Como
madre sayaguesa que quiere lo mejor para su vástago, se resigna a que en breve
tendrá que marcharse a estudiar fuera y quizás sólo regrese en vacaciones y
fiestas de guardar.
Un
sonido la saca de sus pensamientos. Levanta la cabeza y escucha los balidos y
cencerros de un rebaño de ovejas que se aproxima por el camino. Observa la nube
de polvo que levantan a su paso. Cerrando el grupo distingue a María con su
eterno libro bajo un brazo y la cayata en el otro.
—Que buena niña— piensa Pilar.
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María
estudia medicina en Salamanca y ha aprobado todo el curso. En verano, durante
las vacaciones, vuelve al pueblo para ayudar a sus padres con las labores del
campo.
Camina
detrás del rebaño, dejando un poco de margen para no verse envuelta en esa
especie de calima castellana.
La
cortina a la que se dirige está próxima a las viñas y es una de sus favoritos
porque el invierno pasado ayudó a su padre a levantar una de las paredes que se
había caído.
Que
ardua labor esa arquitectura de mampostería en seco, piedra sobre piedra en
perfecto equilibrio, sin cemento ni herramientas, sólo paciencia y buen hacer
transmitido de padres a hijos.
Mientras
seleccionaba las piedras, fantaseaba con sus antepasados levantando esa misma
pared, con dos siglos de diferencia. Qué mejor forma de rendirles homenaje y de
mantener su legado, el cual ya forma parte fundamental del paisaje sayagués al
igual que las escobas y los piornos.
Todavía
quedan flores amarillas, llamadas morones, que alfombran el suelo verde. No ha sido
un verano muy seco y el campo mantiene colores más allá de los bermellones y
ocres.
Buscará
una sombra y mientras las ovejas pastan, leerá un libro que le ha recomendado
el profesor de anatomía forense.
Le
gusta la carrera y le encanta el orgullo con el que sus padres escuchan las
explicaciones mínimamente técnicas que les da sobre lo que hace en clase.
Cuanto más rara es la palabra, más satisfacción les genera; mirándose ambos
progenitores con los ojos llenos de emoción y repitiendo alguno de los vocablos
que acaban de escuchar por todo feed back.
María
sabe que no es el mejor vocabulario si pretende que la entiendan, pero les da
ese capricho consciente del sacrificio que hacen para mandarla a estudiar a la
ciudad. El elevado precio del colegio mayor, los libros, la matrícula… frente a
lo que cuesta arrancar cada euro al amado pero desagradecido terruño.
En
la universidad, a pesar de venir de mundos totalmente opuestos, ha hecho buena amistad
con una compañera de clase. Covadonga es urbanita al cien por cien, sus padres son
ejecutivos de una importante empresa farmacéutica y siempre lo ha tenido todo.
Estudió
en el colegio más elitista de Oviedo y se ha rodeado de gente igual que ella. Quiere
a María porque es distinta. Admira el orgullo con el que habla de su pueblo, de
su gente, de sus fiestas y costumbres, pero su voz también denota la
resignación de saber que allí es imposible encontrar trabajo de lo suyo, y que
como tantos otros jóvenes, tendrá que emigrar de su patria chica.
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Son
tres instantes concretos de tres vidas distintas.
Son
la abuela, la madre y la hija, de una España rural en peligro de extinción.
Tres
generaciones de mujeres sayaguesas, quizás las últimas, que encenderán la
chimenea cada invierno, adecentarán por turnos la iglesia parroquial y darán
esperanza a una tierra que mira al pasado con nostalgia y resignación,
consciente de su incierto futuro.
Son la resistencia.
VALDESUEI
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